Escrito por Alejandro Torres Rivera / Presidente CAAPR - En un discurso en el cual el presidente
lucía muy relajado y confiado en sí mismo, Trump hizo un esfuerzo por
complacer tanto los reclamos de los sectores que le llevaron a la
presidencia del país, como también intentar atraer algunos sectores
igualmente conservadores dentro del partido demócrata, y otros que, por
alguna razón, aun siendo republicanos en su ideología, habían guardado
distancia respecto a su conducta.
El pasado 30 de enero, Donald Trump, en
su calidad de Presidente de Estados Unidos de América, presentó su
Informe sobre el estado de la Unión al pueblo estadounidense. De acuerdo
con la Constitución de su país, el Artículo II, Sección 3, dispone que
el presidente de Estados Unidos, ¨de tiempo en tiempo dará al Congreso
información del Estado de la Unión y recomendará para su consideración
medidas que juzgue necesarias y convenientes¨. Esta tradición, iniciada
bajo la presidencia de George Washington el 8 de enero de 1790, se ha
venido desarrollando en Estados Unidos a pesar de que no todo el tiempo
haya sido mediante una comparecencia oral del Presidente ante el
Congreso. De hecho, entre el 1801, cuando Thomas Jefferson optó por
someter su Informe por escrito y hasta la presidencia de Woodrow Wilson
en 1913, los presidentes no solían comparecer a dar su discurso ante el
Congreso. La práctica reiniciada por parte de Wilson, sin embargo, se ha
mantenido desde entonces.
Quienes han tenido la oportunidad de
observar el proceso que precede el inicio de la lectura del discurso por
parte del Presidente, habrán notado que éste no se encuentra presente
en el salón interior del Congreso hasta tanto no es invitado a
comparecer por quienes presiden los dos cuerpos en los cuales se divide
la Rama Legislativa. Igual ocurre en Puerto Rico con el Mensaje sobre el
Estado del país que ofrece el gobernador anualmente. Se trata en ambos
casos de un discurso en el cual el funcionario al frente del Poder
Ejecutivo de Estados Unidos debe hacer alguna descripción de los asuntos
más urgentes del país; a la vez que poner en conocimiento a las Ramas
Legislativa y Judicial, como también del pueblo estadounidense, de las
medidas o pasos que se propone tomar durante el año.
El discurso
presentado este año por Trump, si bien constituyó una reiteración o
prolongación de algunos temas y propuestas presentadas en anteriores
discursos sobre el estado de la Unión, incluyendo referencias retóricas y
en alguna manera señalamientos genéricos y faltos de contenido, también
presentó propuestas en alguna medida noveles o innovadoras. Otras más
bien constituyen modificaciones en torno a posturas anteriores
presentadas por otros presidentes en sus mensajes, incluyendo
republicanos y demócratas.
En un discurso en el cual el
presidente lucía muy relajado y confiado en sí mismo, Trump hizo un
esfuerzo por complacer tanto los reclamos de los sectores que le
llevaron a la presidencia del país, como también intentar atraer algunos
sectores igualmente conservadores dentro del partido demócrata, y otros
que, por alguna razón, aun siendo republicanos en su ideología, habían
guardado distancia respecto a su conducta. De hecho, se indica que es
posiblemente el presidente con menor apoyo o aceptación a su gestión
como primer ejecutivo del país en su primer año de mandato. Trump es un
presidente con apenas un 33% de simpatías dentro de la población
estadounidense que votó por él en las elecciones de noviembre de 2016.
Sondeos hechos con posterioridad a su mensaje, sin embargo, demuestran
que mejoró en alguna medida la percepción que en estos sectores
prevalece luego de su mensaje sobre el estado de la Unión.
La
publicación del mensaje circulada por la página de la Casa Blanca es un
documento de apenas 9 páginas de extensión. En este básicamente las
primeras tres páginas y media se pierden en generalidades, premisas sin
fundamento y referencias a cómo se pretende que los estadounidenses se
conciban a sí mismos a la luz de los valores imperiales que promueve una
visión totalmente hegemónica del mundo.
En el discurso, Trump
anuncia que ha hecho un llamado al Congreso para que delegue poder al
Secretario de su Gabinete para premiar a los trabajadores públicos y
remover de sus empleos a aquellos que estime hayan perdido la confianza
pública del pueblo de los Estados Unidos. Esta postura, sin embargo,
presenta de entrada un serio problema constitucional en un contexto en
que el estado normativo actual en Estados Unidos confiere al empleado
público con una expectativa de continuidad en su empleo, un interés
propietario que le protege contra despidos sumarios e injustificados,
activando las garantías del debido proceso de ley.
Como parte de
su alocución, Trump se ufana en señalar que históricamente es el
presidente estadounidense que más reglamentaciones ha eliminado en su
primer año. Claro está, parte de estas reglamentaciones incluyen medidas
que con el paso de los años habían venido adoptándose por presidentes
anteriores en la protección del medio ambiente y que hoy corren el
riesgo de convertirse en meros accidentes históricos en la historia
legislativa federal. Igualmente, el presidente estadounidense hace
referencia a cómo, durante su administración, se ha promovido el
desarrollo de productos farmacéuticos genéricos y tratamientos médicos
experimentales, que según su juicio, aunque sin garantías algunas y como
acto de fe, indica que tienen el ¨potencial¨ de salvar vidas.
Entre
las medidas de importancia que Trump menciona, que por cierto tampoco
son nuevas si nos referimos a propuestas de otros presidentes, señala
que ha requerido del Congreso la aprobación de legislación capaz de
generar una moderna infraestructura, asignando a este tipo de iniciativa
una inversión de $1.5 trillones. Como parte de la ampliación del modelo
neoliberal que su propuesta conlleva, Trump propone elevar el nivel de
inversión en proyectos conjuntos entre el gobierno y el sector privado.
La inversión en infraestructura, indica, iría dirigida principalmente a
la construcción de puentes, nuevas carreteras, autopistas, ferrocarriles
y canales.
Como parte de su política tributaria, Trump propone
la creación de nuevos puestos de trabajo, el desarrollo de escuelas
vocacionales y la creación de licencias con paga a los trabajadores,
todo ello sin indicar cómo se llevarán a cabo tales metas. Igualmente,
sin decir cómo lo pretende hacer, indica que llevará a cabo una reforma
en el sistema penitenciario dirigido a que los presos que hayan cumplido
sus sentencias tengan una segunda oportunidad.
Es importante
señalar que muchas de las medidas que Trump dice llevará a cabo no
suenan mal a los oídos del pueblo. El problema con Trump, como todo lo
que dice, es que son meras ideas sin asidero alguno. Sus propuestas son
como palabras lanzadas al viento.
Como han hecho en el pasado
otros presidentes en su mensaje sobre el estado de la Unión, Trump
aprovechó el momento para presentar ejemplos de ciudadanos que en el
pasado año se han destacado en la prestación de servicios para
utilizarlos, con su presencia durante el mensaje, con la intención de
llamar la atención a la perorata de su discurso.
Como era de
esperar, Trump utilizó contra los demócratas el argumento de que para
atender su propuesta en torno a los niños que fueron traídos a Estados
Unidos desde el extranjero por su padres y hoy, en edad adulta, carecen
de documentación (los llamados ¨dreamers¨), primero es necesario
legalizar su estatus estableciendo ciertas categorías entre este grupo
de indocumentados, pero condicionado al apoyo demócrata a su propuesta
de construcción de un muro en la frontera sur de Estados Unidos con
México.
En el discurso Trump pretende manipular la percepción
del público estadounidense sugiriendo que son los extranjeros los
responsables de parte de la actividad criminal en Estados Unidos. Para
ello se vale de identificar ciertos delitos imputados a gangas formadas
por extranjeros, por cierto delitos con los cuales ningún ser humano
podría estar de acuerdo y justificarlos, para con ello estigmatizar aún
más la población indocumentada en Estados Unidos. Tal estigma se
extiende también a aquellos extranjeros con un estatus legalizado en
dicho país.
Dentro del paquete propuesto por Trump a los
demócratas se encuentran sus llamados cuatro pilares: (a) ofrecerle la
ciudadanía a 1.8 millones de ¨inmigrantes ilegales¨ que fueron llevados a
Estados Unidos por sus padres cuando eran muy jóvenes, permitiendo
regularizar su estatus, pero sólo en aquellos casos en que cumplan con
ciertos requisitos en educación y buena conducta moral, que por cierto,
tampoco precisó ni definió; (b) el aseguramiento de la frontera sur de
Estados Unidos con mayor vigilancia; (c) un programa alterno para
otorgar visas sólo a personas que tengan destrezas, hayan demostrado su
disposición a trabajar, contribuyendo económicamente al país; (d)
terminar la ¨cadena¨ migratoria limitando la concesión de visas
familiares a los parientes más cercanos, limitando los mismos a cónyuges
e hijos.
En su discurso, Trump vincula también el problema de la
drogas en Estados Unidos, donde en 2016 un total de 64 mil personas
murieron producto de sobre dosis de drogas, al factor migratorio.
En
materia de seguridad, Trump coloca a países como la Federación Rusa y a
la República Popular China como rivales de Estados Unidos, a la vez que
también se refiere a aspectos de seguridad abordando en su perspectiva
imperial el tema del terrorismo. Para el primer asunto, propone
modernizar y reconstruir el arsenal militar nuclear de Estados Unidos.
Como parte de la lucha contra el terrorismo, menciona su petición al
Congreso de recursos en la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo
y ordena al Secretario de la Defensa una revisión de las políticas
seguidas por Estados Unidos para la detención de terroristas y mantener
abierta la prisión que al presente continúa utilizando en la Estación
Naval de Guantánamo. Trump también urge, además del Congreso, revisar su
política hacia la República Islámica de Irán, y presionar sobre Cuba,
la República Bolivariana de Venezuela y la República Popular Democrática
de Corea.
Como puede notarse, se trata de un mensaje muy flojo
en su contenido, muy pobre en cuanto a propuestas y deficiente en cuanto
a la expectativa de lo que ese país espera un mensaje de esta
naturaleza. No obstante lo anterior, como persona con una capacidad
extraordinaria de manipular mediáticamente la opinión pública, considero
que sí logró su propósito presentando su mejor cara, una donde redujo
el contenido histriónico de su discurso a la vez que se apartó en gran
medida de su cultura agresiva, desafiante y brusca.
Cuando se
compara el último discurso sobre el estado de la Unión de Barack Obama,
vemos como este pretendió dejar sentado para la historia lo que él
consideraba era su legado al pueblo de Estados Unidos. Entonces, Obama
indicó que concentraría sus propuestas en medidas que tuvieran
pertinencia para los ¨próximos cinco años, diez años y en adelante¨,
destacando de paso cómo su país había logrado bajo su administración
recuperarse de ¨la mayor crisis económica en varias generaciones¨;
reformado su sistema de salud, reinventado el sector de la energía,
aumentado los beneficios del personal militar activo y para los
veteranos; y apropiándose parcialmente para sí lo que fue una
determinación del poder judicial y no de la Rama Ejecutiva, señalando
haber logrado que ¨en cada estado¨ las personas pudieran casarse con la
persona que aman.
Ese legado de Obama, sin embargo, comenzó a
desmoronarse tan pronto como Donald Trump juró como presidente. Aquellos
aspectos sustantivos del discurso de Obama, donde concentraba en cuatro
áreas esenciales: (a) la posibilidad de oportunidades y seguridad
económica: (b) el uso de la tecnología a favor del ciudadano y no en
contra de éste; (c) que Estados Unidos garantizara la seguridad de
Estados Unidos sin convertirse en el policía del mundo; y (d) cómo
Estados Unidos lograr proyectar su mejor cara en cuanto a sus virtudes
en lugar de sus defectos, es hoy sal y agua.
Aquel mensaje de
Obama donde destacaba cómo Estados Unidos había logrado recuperar su
estabilidad económica, criticando con la frase ¨vendiendo humo¨, a
aquellos que insistían en su declive económico; donde reconociendo lo
difícil que es para una familia estadounidense ¨salir de la pobreza¨;
para los jóvenes ¨mucho más difícil comenzar sus carreras¨, y para los
trabajadores, la posibilidad de ¨jubilarse cuando lo desean¨, ha quedado
rezagado por este primer año de gobierno de Donald Trump. Recordemos
que fue precisamente en aquel mensaje cuando Obama propuso mejor acceso a
la educación universitaria y a las tecnologías; educación gratuita
durante los primeros dos años de colegio para lo que denominó
estudiantes ¨responsables¨; y reducciones en los costos de los estudios
universitarios.
Para los sectores en Estados Unidos que trabajan,
Obama prometió el fortalecimiento del Seguro Social; la ampliación de
la cobertura médica a bajo precio; un sistema de ¨seguro salarial en la
transición de un empleo a otro; la transferencia de los derechos de
jubilación de un empleo a otro y la ampliación de las ofertas de empleo.
Interesantemente, sobre todo viniendo de Obama en un mensaje de esta
naturaleza, admitió que ¨la crisis financiera no la causaron las
personas que reciben cupones de alimentos; la provocó la imprudencia de
Wall Street¨. Hoy bajo el discurso de Trump, Wall Street se nos presenta
como salvadora de la población estadounidense.
En el área de la
investigación científica, Obama formuló una especie de compromiso con la
búsqueda y encuentro de la cura para el cáncer: con el desarrollo de
¨fuentes de energía limpia¨; y su disposición a ¨presionar para cambiar
la forma en que gestionamos nuestros recursos de petróleo y carbón¨. Lo
cínico hoy, sin embargo, es que Trump pretende alejarse de la búsqueda
de fuentes alternas a los combustibles fósiles, regresando al petróleo y
el carbón como alternativas.
Un examen comparado del último
mensaje sobre el estado de la Unión de Obama y este primero de Trump
demuestra que ambos abarcaron la misma lista de tópicos. En el caso de
Obama, se trata de tópicos sobre los cuales en su presidencia tejió una
agenda que tuvo la oportunidad de ir desarrollando a lo largo de ocho
años de su mandato. En el de Trump, refleja sin embargo el empeño de un
presidente de echar al zafacón, sin mayores consideraciones, a la agenda
de trabajo de una administración que le precede, imponiendo sin mayores
contemplaciones ni transiciones su reverso. Esta discontinuidad,
lamentablemente para Estados Unidos y el mundo, tendrá serias
consecuencias. Después de todo, un país no se dirige inventándolo y
reinventándolo cada cuatro años.
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