Escrito por Julio A. Muriente Pérez / Catedrático UPR-RP - Durante las pasadas semanas hemos
contemplado o experimentado directamente fenómenos naturales
fascinantes: un avasallador eclipse solar, huracanes de intensidad nunca
antes vista y sentida en nuestra región y un movimiento sísmico que ha
estremecido el sur de México.
Son tres manifestaciones
distintas de la naturaleza. Ninguna está relacionada con la otra. Han
ocurrido en un mismo período de tiempo, por pura coincidencia; y en tres
dimensiones distintas del espacio: el eclipse en el sistema solar
terrestre, los huracanes en la atmósfera y el movimiento sísmico en el
subsuelo.
Tres ramas diferentes de la ciencia estudian estos fenómenos naturales: Astronomía, Meteorología y Geología.
Los
avances astronómicos nos permiten anticipar la frecuencia y ubicación
en relación a la Tierra de eclipses solares y lunares. Los
descubrimientos meteorológicos nos indican que existe una temporada
anual de huracanes en el trópico, relacionada con el calentamiento de
las aguas oceánicas; y nos describe detalladamente el nacimiento,
desarrollo, ruta y disipación de esos fenómenos que ocurren en la
biosfera. Los estudios geológicos no pueden anticipar cuándo va a
temblar, pero nos indican la localización de zonas potencialmente
sísmicas, relacionado con placas tectónicas, vulcanismo, sistemas
montañosos y fosas submarinas.
Esos fenómenos naturales han
ocurrido a través de los 4,500 millones de años que tiene la Tierra. Por
mucho tiempo fueron incomprendidos por los seres humanos, que
aparecimos en escena hace apenas algunos miles de años. De ahí que
distintas civilizaciones le adjudicaran carácter sobrenatural: Juracán,
el dios del mal que enfrentaba a Yuquiyú, el dios del bien de los
Taínos; Vulcano, la isla que se estremecía mientras se forjaban allí
lanzas, espadas y armaduras en la antigua Roma; el Sol y la Luna, padres
del Inca; constelaciones y dioses de la antigua Grecia, y el Dios
cristiano, a quien se le adjudica la creación de todo y quien mora
precisamente en el cielo.
A estas alturas sabemos -o debiéramos
saber- que no se trata de castigos divinos, ni de pruebas del más allá,
ni de milagros o buena o mala suerte. No tiene que ver con que el Papa
Francisco visitó Colombia, ni con la perversa Junta de Control Fiscal.
Durante
los pasados siglos el ser humano se ha ido apartando de la Naturaleza.
Ha perdido de vista que él y ella son --primero que todo-- naturaleza
frágil y vulnerable. Ha querido disponer de la Naturaleza a su antojo,
de manipularla, maltratarla y hasta sustituirla con pretendida
impunidad.
Luego de varios siglos--por lo menos desde la
Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII-- quemando petróleo,
gas y carbón para transformar la Naturaleza en riqueza para unos pocos
privilegiados en la economía capitalista industrial, ahora tenemos que
enfrentar el cambio climático, fruto directo del calentamiento global,
consecuencia de la quema de combustibles fósiles a diestra y siniestra.
Ello explica, entre otras anomalías, el comportamiento de la Naturaleza,
que produce, por ejemplo, megahuracanes que nos espantan, como Irma.
Luego,
si construimos en zonas sísmicas o inundables a sabiendas de que lo
son, no hablemos de desastres naturales. Son negligencias sociales.
La
Naturaleza, que es nuestra amiga generosa, nos brinda una gran
oportunidad de reconciliación. Nos convoca a que la comprendamos y
respetemos, y a través de ella a nosotros mismos.
En todo caso,
la Naturaleza seguirá manifestándose, en el cielo, en la atmósfera o en
el subsuelo. Continuará habiendo eclipses, sismos y huracanes; crecidas
de ríos y marejadas; maremotos y lunas nuevas. Es a nosotros a quienes
nos corresponde ajustarnos, con humildad y sin soberbia, al planeta en
el que nos ha tocado vivir y convivir. (endi.com / 11 sept., 2017) |
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