Por Francisco A. Santiago Cintrón / Copresidente MINH - A 66 días del proceso huelgario en la
Universidad de Puerto Rico, que pronto llega a su fin, entiendo
necesario dialogar sobre el manejo de ciertos conceptos que fueron
centrales dentro del proceso. En particular, me concentraré en el
término de “radicalidad” que tanto se ha utilizado dentro del espacio
del pleno estudiantil como fenómeno para deslegitimar el debate de
estrategia política.
Como una pandereta verbal que se
asemeja a un mecanismo de defensa, parece una “vieja confiable”. El
concepto, en la mayoría de las ocasiones, fue utilizado como tangente
para desvirtuar posturas políticas distintas dentro de la amplia gama de
tendencias que conviven dentro del movimiento estudiantil. La realidad
política del pueblo puertorriqueño y del universo estudiantil, este
último siendo el que ofrece su voto de confianza al movimiento, es que
no son en su mayoría de izquierda. Aún así, por la constancia de nuestra
defensa por la educación, se nos otorga un voto de confianza para el
proceso de lucha que implica un proceso huelgario. Dentro de esa
concepción es necesario aceptar que, aunque el proceso huelgario y
nuestras exigencias puedan partir de una narrativa de izquierda, no es
menos cierto que al construir un movimiento de masas las personas que
incurren dentro del proceso son personas cuyo único factor unitario es
la indignación. Indignación, porque los 10,700 estudiantes que avalaron
la huelga sistemática solo partían de la defensa de la educación; y en
esa dirección se entremezclan toda una serie de tendencias políticas
cuyo único fin es la educación pública, accesible y de calidad.
Entonces, cómo ha incidido este concepto dentro del proceso
organizativo de las plenarias participativas del movimiento estudiantil.
De primera es necesario atender varias aclaraciones. La “radicalidad”
es un concepto útil para analizar la realidad que se vive en el país y
las posibles estrategias que tengamos de frente. Por otro lado, dentro
del proceso huelgario siempre existe un objetivo indirecto de
profundizar políticamente el proceso y visibilizar las distintas
opresiones que se viven a diario en el país. Es un espacio importante
que brinda herramientas indispensables para las personas que hacen de
ese espacio su primer espacio organizativo. Superado el hincapié, sí es
necesario apuntalar lo que a mi entender fueron errores dentro del uso
del concepto y que minaron algunos de los objetivos organizativos de la
huelga.
El discurso de radicalidad toma auge en las semanas
previo a las actividades del Paro General del 1ro de mayo como parte del
apogeo de la huelga estudiantil. Para ese entonces 10 recintos
participaban de algún proceso de paralización, se logró frenar el Plan
Fiscal propuesto por la Junta de Gobierno y el estudiantado se preparaba
para participar del Paro General. Es en ese espacio de conversación que
afloraron las distintas posturas que hoy en día se ponen en práctica
dentro del movimiento estudiantil. Tristemente, en el proceso, un sector
del movimiento adoptó un discurso que a mi entender parte de unos
preceptos erróneos sobre la “radicalidad” y cómo utilizarla dentro del
marco de la lucha estudiantil. En particular, asumieron y asumen la
“radicalidad” como sinónimo de intransigencia, haciendo juicios
valorativos de aquellos que no se acoplen a su tendencia. Como cortando
camino en el monte, sin mediar los cortes, sin saber el camino, se
utiliza este argumento como una tangente para obviar discusiones de
táctica y estrategia política. En el proceso, se autoadjudican jueces
del movimiento y crean de los espacios un tribunal de juicio político
que a lo único que abona es a la hostilidad del espacio y a la perdida
de personas valiosas que encontraron en esos espacios un lugar para
luchar por la educación.
Ahora bien: ¿Por qué es problemático
está postura moralista dentro del seno del movimiento estudiantil?
Precisamente por el universo al que el movimiento estudiantil pretende
representar. El estudiantado del sistema universitario UPR es uno tan
diverso como la realidad política puertorriqueña y no es ajena a sus
contradicciones. Dentro de esa diversidad, el movimiento logró la gran
victoria de amasar 10,700 estudiantes que se unieron en una sola voz en
defensa de la educación pública, accesible y de calidad con una acción
concreta de paralización. Para llevar a cabo esta tarea se crearon
espacios organizativos, conocidos como plenos, para dirigir todo ese
insumo y ampliar lo más posible la participación democrática del
estudiantado dentro del proceso. Por lo tanto, desde un principio estos
espacios se consideraron espacios de masa cuyo objetivo fue crear una
cultura política que pudiese expandirse a la mayor cantidad de gente
posible. Para mi, estos objetivos siguen siendo los primarios del
movimiento. Dentro de ese proceso estuvo claro que surgirían toda una
serie de tendencias políticas y diferencias de estrategia como producto
de la amplitud y la democracia característico del espacio. Es con esta
dinámica que choca la idea de la “radicalidad” cuando es utilizada como
un filtro moral. Similar a un sistema de jerarquía, se ha utilizado el
discurso de la “radicalidad” para obtener mayor peso político
indiferentemente del valor del argumento político que se plantea. Casi
como ponerse una estrellita en la frente, o una chapita en el pecho, el
discurso se ha asumido como un filtro para la toma de decisiones dentro
del movimiento; filtro que indirectamente le ha negado la oportunidad a
muchas personas a desarrollarse dentro de lo que ha sido su primer
espacio organizativo.
Es ese el problema principal con asumir el
discurso de “radicalidad” desde una perspectiva moralista ante el
desarrollo subjetivo de lo radical tanto desde lo personal como desde lo
colectivo. En lo personal, para mi es más radical ese primer paso que
da un estudiante al cruzar los portones en apoyo al proceso huelgario
que el accionar del huelguista de fila. Los miedos que esa persona tuvo
que superar, la presión que probablemente siente desde distintos
sectores, la entrada a un espacio desconocido con una narrativa hostil,
hace de ese primer paso uno radical. Triste saber que ese proceso se vea
tronchado ante los juicios valorativos de personas que parten de
preceptos mesiánicos de la radicalidad. Personas que probablemente no
participan de un proceso de radicalización considerando la normalización
de su participación dentro del espacio. En estos procesos de masa,
donde se mezclan personas de distintos trasfondos sociales, los procesos
de radicalización parten de magnitudes distintas, que si bien tienen
expresiones materiales, son subjetivas en su desarrollo. Por tal razón,
es una falsa dicotomía y un infantilismo político craso asimilar la
“radicalidad” con la intransigencia, o peor aún, con el accionar
mecánico de destrucción material directa. En el primer caso, porque la
estrategia política debe partir del análisis concreto de la coyuntura de
fuerzas a corto, mediano y largo plazo y no de la aplicación mecánica
de principios. En lo segundo, porque si ser radical significara romper
cristales, intimidar a compañeros y grafitear paredes entonces
los sectores más radicales de este país no serían los estudiantes:
serían los grafiteros, la turba derechista y cualquier títere de
esquina. El uso de la violencia, presente en todo accionar político, se
diferencia de un acto común precisamente por el contenido de dirección
colectiva que se le da basado en un balance estratégico del acto.
En este proceso huelgario esos errores se han pagado caros por el
movimiento al forzar al colectivo a una aplicación mecánica del concepto
so pena de juicios valorativos contra las personas que difieren. Peor
aún, se ha utilizado el discurso de la “radicalidad” y de la competencia
ingenua de quién es más “radical” para sostener el argumento
individualista del derecho personalísimo a actuar “como me dé la gana” a
expensas del colectivo. En qué se diferencia este accionar donde “yo
protesto como me dé la gana y el resto me da igual” a “yo estudio a como
dé lugar y el resto me da igual”, desconozco. Ambos minan el accionar
colectivo porque parten del individualismo neoliberal que se desea
combatir. Más aún, el dialogo político en los espacios de coordinación,
lejos de ser un diálogo de estrategia, se convierte en una competencia
de quien es más “radical”.
¿Por qué traer este tema a la
discusión? Precisamente por los diálogos que se van desarrollando en el
seno del movimiento estudiantil sobre los próximos pasos a seguir.
Indiferentemente del balance que se obtenga de la huelga, hay un sentir
claro que el proceso de lucha en defensa de la educación pública
continúa y que es necesario la construcción de un proyecto nacional
estudiantil para sostenerlo. Palabras como Federación Estudiantil, entre
otras ideas útiles para la coyuntura, nos colocan ante la
responsabilidad histórica de debatir sobre estos temas. Si es que
aspiramos a espacios de carácter nacional que precisamente radicalicen a
las personas en contra de la austeridad y en pro de un futuro justo,
democrático y solidario es necesario profundizar en la aplicación de
estos conceptos. Lo contrario significaría caer en el sectarismo, en el
personalismo y en la exclusión de amplios sectores comunitarios y
estudiantiles a la oportunidad de organizarse en un proyecto que luche
por una educación pública, accesible y de calidad.
Francisco A. Santiago Cintrón Copresidente
del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano, miembro de la
Juventud Hostosiana y participante del Movimiento Estudiantil
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