Por Claridad - El Desfile Puertorriqueño de Nueva York
es una gran conquista de la diáspora puertorriqueña y una afirmación
incuestionable de nuestra nacionalidad. Invisibilizados, estereotipados y
humillados por razón de su origen, los emigrantes puertorriqueños que
se asentaron en Nueva York se han levantado contra el racismo y contra
todo prejuicio y, poco a poco, han ido ganando espacios de influencia y
poder, entre ellos el de organizar un Desfile masivo, que se ha
convertido en una verdadera fiesta patriótica para los puertorriqueños y
puertorriqueñas de allá y de aquí, y en un evento de gran atractivo
para residentes y visitantes de la Gran Manzana.
La historia del Desfile comenzó
en 1958, muchas décadas después que los primeros migrantes
puertorriqueños desembarcaran del barco Marine Tiger, o del Coamo, en el
puerto de Nueva York. Nuestra diáspora, dispersa ahora por todos los
Estados Unidos, tuvo su bautismo de fuego en Manhattan, corazón de la
ciudad considerada por muchos como la capital del mundo capitalista.
Pero no fueron recibidos con vítores ni alfombras rojas. Por el
contrario, fueron rechazados y aislados, y su cultura y costumbres
convertidas en la “chacota” de políticos y de cómicos. Les ha costado
mucho sudor y lágrimas levantarse y dejar su sello en una ciudad que,
gracias a su tesón y voluntad, ha terminado por convertirse en el
emblema de la otra mitad de la nación puertorriqueña.
A lo largo
de los años, han sido muchos los puertorriqueños y puertorriqueñas, de
aquí y de allá, de todos los quehaceres y tendencias políticas e
ideológicas, que han sido destacados en ese Desfile, y aunque hubo un
momento en que los independentistas puertorriqueños no éramos
bienvenidos al mismo, a partir de la década de los años ´70 ese escollo
fue superado y nuestra heroína nacional Lolita Lebrón desfiló, con
bandera en mano y entre aplausos, en el Desfile del 1980. Luego, desde
esa plataforma se honró la lucha por sacar la Marina de Vieques y la
figura venerable de Don Pedro Albizu Campos.
Pero, igualmente,
líderes de todos los partidos políticos, gobernadores y alcaldes han
participado anualmente del Desfile, que reúne también a los
representantes políticos de la comunidad boricua en Nueva York.
Recordamos que en el 2012, el entonces alcalde de Nueva York, Michael
Bloomberg, recibió en su residencia a una amplia delegación que incluía a
la alcaldesa de Guayama por esas fechas, Glorimari Jaime, del Partido
Nuevo Progresista (PNP).
Pero, a pesar de que ese no es su
propósito, el desfile es una vitrina de la identidad puertorriqueña,
manifestada en todo su esplendor. Esto se ha interpretado como un
escollo en sus planes anexionistas por el gobernador Ricardo Rosselló y
la casta del PNP actualmente en el gobierno de Puerto Rico. A ellos se
les atraviesa como un puñal, el despliegue de orgullo patrio, las miles
de banderas de Puerto Rico, la salsa y otras expresiones de nuestra
cultura popular, y sobre todo, la personalidad explayada y única de una
nación caribeña y latinoamericana que no se avergüenza de sí misma y que
no persigue ser copia de ninguna otra.
Ésa es la verdadera razón
tras la campaña de odio contra el patriota Oscar López Rivera y la
Junta del Desfile Puertorriqueño. Esta ofensiva ideológica sin
precedentes, pretende opacar, disminuir y, si se les permite, acabar con
el Desfile, porque, en este momento, la expresión patriótica que ese
desfile representa está en contradicción con los planes entreguistas del
PNP hacia Estados Unidos, y con la representación falaz que han hecho
ante los círculos de poder en Washington de que existe entre los
puertorriqueños un impulso arrollador hacia la estadidad.
Ricardo
Rosselló, Jennifer González, Tomás Rivera Schatz y compañía saben muy
bien que Oscar no fue vinculado a ningún suceso violento. Primero,
porque él lo afirma y nosotros le creemos. Segundo, porque si lo hubiera
estado, el FBI y el Imperio se hubieran encargado de que nunca saliera
de la cárcel.
Pero, el hecho de que junto al resto del país
puertorriqueño, se destaque la figura de Oscar en el Desfile de Nueva
York le da un mentís rotundo a la patraña del falso plebiscito y al
embeleco del llamado Plan Tennessee. No porque los organizadores del
Desfile lo hayan planificado así, sino porque la realidad que se
manifestará en la Quinta Avenida de Nueva York- la de una nacionalidad
puertorriqueña viva y vibrante- se impone por encima de todas las
patrañas, y es un arma muy peligrosa- mucho más que cualquiera de
destrucción masiva- ante la ofensiva para anexarnos por medio de la
mentira y la ofuscación. Los cancerberos que se han lanzado a la faena
sucia de la intimidación y el chantaje contra los patrocinadores del
Desfile obtendrán, si acaso, una victoria raquítica. Como raquítica y
esmirriada, y sobre todo fabricada, será la que obtengan el PNP y la
estadidad en el plebiscito.
No importa lo que conspiren, la
estadidad no va. Y menos ahora, en el Washington de Trump y del Tea
Party. Pero el Desfile Puertorriqueño de Nueva York prevalecerá y
seguirá hacia adelante con el mismo ímpetu, porque es una expresión
genuina de la nacionalidad puertorriqueña que se manifiesta triunfante
desde las dos orillas.
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