Por Alejandro Torres Rivera / MINH
“La independencia absoluta es lo que puede salvarnos.”Carta de Ramón Emeterio Betances a Eugenio María de Hostos el 7 de junio de 1898.“La manera de celebrar la independencia no es, a mi juicio, engañarse sobre su significado, sino completarla.”Carta de José Martí a Valerio Pujol, 27 de noviembre de 1877.“Aquellos de entre los puertorriqueños que vean más a fondo en el porvenir, seguirán queriendo que Puerto Rico sea un Estado confederado de las Antillas Unidas en un todo político y nacional, y esos puertorriqueños saben ya que ni hoy ni mañana ni nunca, mientras quede un vislumbre de derecho en la vida norteamericana, está perdido para nosotros el derecho a reclamar la independencia, porque ni hoy ni mañana ni nunca dejará nuestra patria de ser nuestra.”Eugenio María de Hostos, Madre Isla
Algunas consideraciones preliminares
En 1759 ascendió al trono de España
Carlos III. Se indica que con su reinado comenzó el período conocido
como “despotismo ilustrado”. Fue un período de reformas, impulsado
principalmente por el creciente incremento del poder de Inglaterra, lo
que llevaría al Rey de España a establecer un tratado o alianza militar
con Francia. Los acuerdos alcanzados conllevaron que Inglaterra
declarara la guerra a España.
Los escenarios en los cuales se libraron
los enfrentamientos entre ambas potencias, muy pronto tocarían las
puertas del Caribe con la ocupación por parte de los ingleses de La
Habana, en julio de 1762. Un año después, mediante el Tratado de París
de 1763, se puso fin a las hostilidades entre ambos países. La
experiencia de la ocupación temporal de La Habana, sin embargo, llevó al
Rey español a designar al Mariscal de Campo Alejandro O’Reilly como
Comisario Regio de su Majestad Católica para visitar, entre otras
posesiones de la Corona, las islas de Cuba y Puerto Rico y formular sus
recomendaciones para el mejoramiento de las defensas en la capital
cubana y “convertir la plaza de San Juan en un gran fuerte militar.[1]
Se indica por Negroni, Op. Cit., que
luego de revisar las defensas existentes en Puerto Rico y evaluar la
capacidad defensiva de la llamada Milicia Irregular Urbana, propone la
creación de nuevas milicias. En el examen que O’Reilly efectúa sobre el
estado de las tropas regulares españolas en Puerto Rico encuentra lo que
llamó el autor “un cuadro patético”. De 400 efectivos regulares
acantonadas en la Isla, sólo 274 estaban aptos para sus funciones
militares.
Tomando en consideración sus
recomendaciones, el 20 de septiembre de 1765, el Rey autoriza la
creación del Cuerpo de Milicias Disciplinadas y la creación del Cuerpo
de Milicias Urbanas. En el Cuerpo de Milicias Disciplinadas integraban
en sus filas hombres blancos, pardos y negros. Hacia 1775 este cuerpo ya
contaba con 20 compañías de infantería (100 efectivos por compañía) y 4
de caballería.
Cuando se produjo el Ataque Inglés a San
Juan en 1797, había cerca de 2,500 efectivos dentro de ese cuerpo
castrense. Se indica que durante la Invasión Inglesa, la defensa de San
Juan y sus vecindarios, al igual que la lucha sin cuartel desarrollada
contra las fuerzas invasoras hasta su eventual expulsión, estuvo a cargo
del Cuerpo de Milicias Disciplinadas y del Cuerpo de Milicias Urbanas.
Concluidas las operaciones militares, en 1798 el Cuerpo fue reorganizado
a partir de la estructuración de un regimiento, batallones y compañías,
elevándose su número a 3,000 efectivos.
Se ha debatido en cierta medida si la
defensa de San Juan ante el Ataque Inglés y la férrea defensa de la cual
participaron destacadamente criollos, negros y pardos de nuestra Isla,
constituye la primera experiencia de la defensa nacional de los
puertorriqueños de su suelo frente a un poder extranjero.
Ciertamente, a la altura de 1797, el
hilo histórico, sicológico, territorial, idiomático y económico a través
del cual se forja una conciencia nacional y como secuela de ella la
nacionalidad de un conglomerado humano, estaba ya hace mucho tiempo en
proceso en nuestra Isla. Independientemente de que la defensa de Puerto
Rico se hubiera dado desde la perspectiva de la defensa de un territorio
bajo la bandera y estandarte español frente a otra potencia colonial,
el sentido de la defensa de la patria, no la española sino la defensa de
la patria desde el concepto que nos define Eugenio María de Hostos como
“punto de partida”, ya estaba presente en muchos de los que murieron y
arriesgaron su vida en aquel momento como puertorriqueños. Este ejemplo
histórico, sin embargo, tiene a su vez elementos de coincidencia parcial
con lo que ocurriría un siglo más tarde en el contexto de la Guerra
Hispanoamericana – también conocida por muchos como Guerra Hispano-
cubana-americana –, aunque también importantes elementos que la
diferencian. En este ensayo pretendemos hacer una reflexión sobre estos
acontecimientos, tomando como punto de partida los combates librados
entre fuerzas españolas y estadounidenses en Coamo y las alturas de
Asomante en Aibonito.
Las primeras manifestaciones independentistas y su vinculación con el desmantelamiento del Cuerpo de Milicias Disciplinadas y el Cuerpo de Milicias Urbanas
Nos relata don Germán Delgado Pasapera en un ensayo que tituló Orígenes del independentismo puertorriqueño[2],
que las primeras manifestaciones de carácter independentista en Puerto
Rico se registran en el año1795, cuando circulaban en el país monedas a
las cuales se le habían acuñado inscripciones sediciosas.
Posteriormente, en 1800, nos dice, apareció el primer pasquín
subversivo. Desde entonces, según señala el autor, a todo lo largo del
siglo XIX, se sucedieron infructuosamente múltiples manifestaciones
conspirativas y conjuras de diferentes sectores en nuestro país como
expresión de la vocación libertaria del pueblo puertorriqueño.
Comenzado el nuevo siglo, el desarrollo
de los acontecimientos en América del Sur, fundamentalmente al calor de
las ideas independentistas y libertadoras, llevó a España a reforzar su
presencia militar en Puerto Rico mediante el incremento de la presencia
de tropas regulares, muchas de las cuales eran tropas veteranas
fogueadas en las luchas, primero contra la dominación francesa en España
y otras en las luchas de independencia en el Continente.
Junto con el crecimiento de las tropas
españolas regulares, los Cuerpos de Milicianos (Milicias Disciplinadas y
Milicias Urbanas), llegó a alcanzar, en vísperas del Grito de Lares
cerca de 7,900 efectivos.
Durante los sucesos de Lares, así como
en algunas intentonas militares y motines previos, hubo participación
activa de miembros del Cuerpo de Milicias Disciplinadas y de las
Milicias Urbanas. Indica Negroni, Op. Cit., lo siguiente:
“...al ocurrir la insurrección de Lares y
como estuviesen envueltos y complicados en la intentona el Teniente
Cebollero y el Alférez Ibarra de dicho cuerpo junto con varios soldados,
las autoridades españolas en Puerto Rico comenzaron a sospechar de la
lealtad del cuerpo. A partir del 1868 los efectivos de las milicias
comenzaron a menguar hasta que por fin fueron declaradas a extinguir,
disueltas las unidades, licenciados los individuos de tropa y
concediéndole a los oficiales el uso del uniforme y percibo de haberes
que le era abonado cada mes, por el Tesoro de Puerto Rico.”
Más adelante indica, citando al
historiador Lidio Cruz Monclova, que todavía para la época de la Guerra
Hispanoamericana quedaba un cuadro de oficiales de estas milicias y
“estos oficiales fueron el remanente de aquellas heroicas milicias que
tuvieron a raya a todos los invasores...”
El Cuerpo de Milicias Urbanas, también
organizado a partir de las recomendaciones de O’Reilly, no era otra cosa
que la reorganización de las antiguas Milicias Irregulares Urbanas,
organizadas en Puerto Rico desde 1692. Este cuerpo pasó a ser el
componente de reserva desde donde, en parte, también se nutrían las
Milicias Disciplinadas en sus filas. A diferencia del Cuerpo de Milicias
Disciplinadas, las Milicias Urbanas estaba compuesto, salvo en una
unidad denominada “Fijo” o “Guarnición” que era mixta, íntegramente por
puertorriqueños. A este cuerpo pertenecían todos los varones entre las
edades de 16 a 60 años. Cumplían funciones policiacas, velando por la
tranquilidad y el orden en sus pueblos. Hacia 1813 tenía 38,070
milicianos y 1,240 oficiales. Aunque se indica que la Orden militar para
su eliminación surgió en 1855, su extinción de lleva a 1860.
Este claro componente netamente
puertorriqueño en las filas de un estamento militar y su ausencia en el
contexto de los acontecimientos relacionados con la Guerra de 1898, es
un elemento importante a la hora de evaluar la participación
puertorriqueña en la Guerra de 1898.
En Puerto Rico, sin embargo, entre 1812 y
1898 existió otro cuerpo castrense denominado “Instituto de
Voluntarios”, organizado por España a partir de su experiencia en el
resto de América Latina. Allí la experiencia española con la
organización de cuerpos de milicias integrados total o parcialmente por
criollos, tuvo como resultado que en gran medida, que los ejércitos
organizados para las guerras de independencia, tuvieran como embrión
cuerpos similares a las Milicias Disciplinadas y Milicias Urbanas
existentes en Puerto Rico. Así las cosas, hacia 1813, el Gobernador
Militar de Puerto Rico en funciones, a la par que establecía que los
milicianos solo podían utilizar armas blancas, organizó el “Cuerpo de
Voluntarios Distinguidos”, integrado por civiles que hubieran nacido en
España o los hijos de españoles de primera generación. Hacia 1864 el
“Cuerpo de Voluntarios Distinguidos” pasó a llamarse “Instituto de
Voluntarios”.
Es como resultado del Grito de Lares y
la vinculación de amplios sectores de la población en las labores
conspirativas que condujeron al mismo, que España promueve en Puerto
Rico el desarrollo y fortalecimiento de este organismo castrense.
Formado por incondicionales españoles o hijos de españoles de reconocida
orientación política conservadora, la misión de dicha organización
militar, según expresada en su Reglamento, era:
“La fuerza de Voluntarios de la isla de
Puerto Rico tiene por principal misión la defensa del territorio, la
protección de los intereses públicos y el sostenimiento del orden.”
A partir de 1873 este Instituto pasó
formalmente a convertirse en la reserva activa de las tropas regulares
españolas en Puerto Rico. Para entonces contaba con 14 batallones y cada
batallón estaba formado por cuatro compañías de 100 efectivos. Ya desde
entonces, en Ponce se encontraba destacado el Noveno Batallón, mientras
en Coamo se encontraba destacado el Décimo Batallón. En otros lugares
en los cuales se libraron los combates durante la Guerra de 1898 también
existían unidades del Instituto de Voluntarios. Tal es el caso de
Mayagüez, Maricao, Sábana Grande y Guayama.
Indica Negroni, Op. Cit., con relación al papel de este Instituto durante la Guerra de 1898, lo siguiente:
"Al romperse las hostilidades, este
Instituto de Voluntarios estaba dividido en los 14 batallones
mencionados más una compañía suelta en Vieques. En números alcanzaban la
cifra de 7,331 hombres, o sea, más de 500 hombres por batallón. Se
formó además en la Capital un nuevo batallón con el nombre de Tiradores de Puerto Rico que
llegó a tener en sus filas casi 600 hombres. El entusiasmo y la moral
del Instituto estaban en un alto nivel pero las autoridades españolas,
en violación a la cohesión del Instituto, ordenaron que 500 voluntarios
que estaban sujetos a servicio activo abandonaran sus unidades de
voluntarios para integrarse a la tropa regular del Ejército. Otra
segunda orden decretó que los voluntarios se reconcentraran en sus
unidades en las cabeceras de los departamentos. Esta abierta violación
al Reglamento del Instituto causó gran descontento ya que el
acuartelamiento los alejaba de los sitios en que los voluntarios
deseaban y estaban mejor preparados para pelear... sus pueblos y sus
hogares. Además, esta medida causó gran número de deserciones y estos
actos de deserción trajeron consigo mayor desprecio de las autoridades
españolas.
Las autoridades españolas siempre
temieron que los voluntarios se convirtieran en ‘quinta columna’ en
Puerto Rico y con sus arbitrarias órdenes consiguieron crear un círculo
vicioso en que cada orden degeneraba en menos obediencia por parte del
Instituto.
Los voluntarios se sintieron abandonados
por las autoridades y en gran número comenzaron a regresar a sus
respectivas comarcas. Al mismo tiempo los pueblos fueron abandonados por
la tropa regular así como por la Guardia Civil. Quedaron ellos entonces
solos para enfrentarse a las tropas invasoras de EE. UU. Sin el apoyo
moral, disciplinario y militar de los veteranos, los voluntarios
depusieron sus armas al avistar al enemigo. Es ésta una de las razones
por la marcha ininterrumpida de las fuerzas invasoras por la campiña
boricua. El Gobierno no podía esperar lealtad de los voluntarios cuando
el propio gobierno desconfiaba de ellos y no escatimaba en demostrar
esta desconfianza con sus órdenes.”
Indica el autor, que precisamente en
manos del Instituto de Voluntarios, de haber ocurrido los sucesos de
manera distinta, es decir, si se hubiera dado una participación activa,
si hubiera habido en sus efectivos un vínculo o identificación mayor con
la política castrense española en el país; si se hubiera producido un
mayor sentido de identificación y pertenencia de éstos con los ideales
por los cuales luchaba España, pudo haber estado “la salvación de Puerto
Rico”. El autor, sin embargo, en forma alguna vincula su hipótesis a un
concepto de defensa nacional, entendido el mismo desde una perspectiva
puertorriqueña y no española.
Las fuerzas beligerantes
De acuerdo con el Capitán Ángel Rivero Méndez, en su libro Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico[3],
el total de efectivos militares españoles en Puerto Rico ascendía a
18,000 tropas, de los cuales 7,930 eran parte del Instituto de
Voluntarios. Indica que habían 2 batallones de infantería regulares,
“Patria” y “Alfonso XIII”, compuesto por 800 efectivos cada uno; cinco
batallones de infantería provisionales y 2,300 efectivos de otras ramas
auxiliares. La fuerza expedicionaria de Estados Unidos en Puerto Rico,
sin embargo, estaba compuesta por 15,472 efectivos agrupadas en 4
Brigadas de infantería, unidades de Caballería, Ingeniería y de
Artillería. En estos números no se encuentran incluidos los efectivos
militares pertenecientes a la Marina de Guerra a bordo de las unidades
navales. En el desembarco en Guánica participaron 3,415 efectivos,
conducidos en 10 transportes de tropas y 5 buques de guerra.
El 15 de febrero de 1898 ocurrió la voladura del buque USS Maine en
la bahía de La Habana. Si bien es cierto que desde el 20 de abril de
1898 el gobierno español recibió un “ultimátum” de parte del Gobierno de
Estados Unidos, las operaciones militares por tierra no llegaron a
Puerto Rico sino hasta el 25 de julio de 1898. El 12 de mayo, sin
embargo, la escuadra naval del Almirante Sampson bombardeó la ciudad de
San Juan. Dicha flota contaba con una capacidad de artillería de 164
cañones, los cuales lanzaron un total de 1,362 disparos sobre la
capital. Los españoles, desde sus posiciones en los fuertes El Morro y
el San Cristóbal, respondieron el fuego estadounidense. Empleando 28
piezas de artillería, hicieron 441 disparos sobre la escuadra
estadounidense. En este enfrentamiento surgieron las primeras bajas de
ambas partes. Sangre española, estadounidense y puertorriqueña fue
derramada.
Los hechos del 12 de mayo establecen que
no es correcto, históricamente hablando, decir que la Guerra comenzó en
Puerto Rico a partir del 25 de julio; o que la campaña militar en
Puerto Rico solo duró 17 días.
La realidad es que desde el 21 de abril
de 1898, fecha en que se suspende por el General Manuel Macías Casado,
Gobernador y Capitán General las garantías individuales que confería la
Carta Autonómica de 1897, Puerto Rico ya vivía un virtual estado de
guerra. Las operaciones militares durante la Guerra a partir del intento
de bloqueo marítimo al puerto de San Juan el 10 de mayo de 1898; se
amplían en la mañana del 12 de mayo con el bombardeo a San Juan.
A eso de las 5:00 a.m. la escuadra naval
del Almirante Sampson, creyendo que la escuadra naval española del
Almirante Cervera se encontraba fondeada en la Bahía de San Juan,
bombardeó la capital de Puerto Rico. De acuerdo con Rivero, uno de los
oficiales españoles a cargo de las baterías de la costa localizada en el
Castillo de San Cristóbal, en su Crónica sobre la guerra
hispano-cubana-americana, que se trató del “primer ataque serio a una
plaza por buques modernos con armamentos modernos.” Sobre San Juan
fueron lanzados 1362 proyectiles. La escuadra española que se encontraba
en aquel momento en Santiago de Cuba, sería destruida como parte de las
operaciones de la guerra contra España el 3 de julio. Días más tarde
del bombardeo sobre la ciudad de San Juan, el 25 de julio de 1898, por
el litoral sur de Puerto Rico, desembarcarían las tropas
estadounidenses, dando así paso a una invasión que se perpetúa mediante
una relación colonial hasta el día de hoy.
Las operaciones militares en Puerto Rico
se suspenden el 13 de agosto como resultado de la firma el día anterior
del Protocolo de Armisticio entre España y Estados Unidos, luego del
combate en las alturas de Asomante en Aibonito. A partir de tal momento,
comienza la desmovilización de las tropas españolas en Puerto Rico, lo
que culmina el 23 de octubre con la partida del último contingente
español de nuestro país.
Tampoco es correcto minimizar las
operaciones militares en tierra. Sin tomar en consideración las
maniobras navales en diferentes puntos de nuestra costa y los
desembarcos de tropas en diferentes puertos y bahías, durante el curso
de la guerra se efectuaron las siguientes acciones bélicas:
(a) El inicio del primer disparo de artillería desde el Fuerte San Cristóbal sobre el crucero USS Yale el 10 de mayo;
(b) El bombardeo de San Juan el 12 de mayo;
(c) El enfrentamiento naval de la
escuadra de Sampson con buques de la armada española como resultado de
un intento de bloqueo al puerto de San Juan el 22 de junio, donde
resulta muy averiado el buque español “Terror”;
(d) El enfrentamiento de buques de la
escuadra de Sampson con buques de la escuadra española entre la noche
del 27 de junio y el día 28 de junio, donde resulta destruido el buque
español “Antonio López” y averiado (varado en la playa) el “Isabel II”;
(e) El desembarco de tropas al mando del General Nelson A. Miles en Guánica el 25 de julio de 1898.
(f) El combate entre fuerzas de tierra en Yauco el 26 de julio;
(g) El combate entre fuerzas de tierra el 1 de agosto en Arroyo;
(h) El combate entre fuerzas de tierra en Guayama el 5 de agosto;
(i) El combate entre fuerzas de tierra el 9 de agosto en las alturas de Guamaní;
(j) El combate entre fuerzas de tierra el 9 de agosto en Coamo;
(k) El combate entre fuerzas de tierra el 10 de agosto en San Germán;
(l) El combate entre fuerzas de tierra el 10 de agosto en Hormigueros;
(m) El combate entre fuerzas de tierra el 12 de agosto en las alturas de Asomante;
(n) El combate entre fuerzas de tierra el 13 de agosto en Las Marías (El Guasio);
(o) Las operaciones de desembarco y
combate por parte de unidades de la Infantería de Marina en Fajardo
durante los días 1 al 9 de agosto.
Ciertamente la corta duración de la
campaña militar y el repliegue de las tropas españolas en los primeros
días del conflicto hacia otras posiciones militares en el interior de la
Isla influyeron en que los combates y las bajas registradas fueran
menores. Asumir que España no tenía tropas preparadas en Puerto Rico
para ofrecer una mayor resistencia, sería asumir que las tropas
regulares en Puerto Rico eran distintas a las que había en Cuba; o
asumir que España no tenía un control sobre Puerto Rico que le
permitiera defender esta plaza militar, al menos por un tiempo mayor.
Ambas premisas son incorrectas.
El repliegue táctico hacia la zona montañosa
Dentro de la estrategia desarrollada por
las fuerzas españolas se encuentra la retirada de sus tropas
localizadas en las principales ciudades en el litoral por donde
desembarcaron las tropas estadounidenses y aquellas poblaciones costeras
a las cuales se acercaban en la marcha sus diferentes columnas. Este
movimiento de tropas se da a partir de tres premisas:
(a) El enfrentamiento con las tropas
estadounidenses en las ciudades costaneras exponía a las ciudades a la
artillería naval de los buques estadounidenses, habiendo provocado así
importantes costos para la población y para las tropas que defendían las
mismas;
(b) Había en las autoridades españolas
el convencimiento de que las derrotas navales sufridas por España en
Santiago de Cuba y Manila, al ser aniquilada su Flota del Atlántico y la
del Pacífico, colocaba a España en serias dificultades para ganar la
guerra;
(c) El convencimiento de que las
oportunidades militares para la defensa del país estaba en las alturas,
en la profundidad de la Cordillera, en lugares como Guamaní o Asomante,
desde donde se podría capitalizar en mejor medida la defensa del
territorio.
Esta estrategia, sin embargo, no estuvo
acompañada de medidas específicas que levantaran el nivel de disciplina y
combatividad de las tropas veteranas regulares, mucho menos de las
auxiliares.
En un libro que publicáramos en 1998 titulado Militarismo y Descolonización: Puerto Rico ante el Siglo 21[4] hacíamos en aquel momento la siguiente valorización:
“El esquema defensivo de Puerto Rico por
parte del Gobierno español estuvo mediatizado por varios elementos que
será necesario continuar profundizando como parte de la reconstrucción
de la verdadera historia de la Guerra. Entre dichos factores pueden
destacarse el convencimiento de los españoles de que derrotada y
aniquilada la flota del Atlántico en Santiago de Cuba, derrotada y
aniquilada su Flota del Pacífico en Manila, las posibilidades de España
enfrentar el poder naval de Estados Unidos era nula. Este
convencimiento, unido a las pésimas capacidades existentes en la Isla
en términos de pertrechos y equipamiento para una larga campaña nunca
llevó a las autoridades a diseñar un repliegue estratégico que asegurara
la preservación de sus limitados recursos para la defensa de la sede de
Gobierno, San Juan, así como el repliegue táctico en aquellas zonas más
próximas a las columnas invasoras, utilizando para ellos las ventajas
que la zona montañosa ofrecían para un repliegue ordenado. Otro factor
que no puede perderse de vista es que el inicio de la Invasión a Puerto
Rico se produce cuando ya España ha decidido entrar en un proceso de
negociación para concluir la Guerra, lo que definitivamente incide en la
moral de combate de sus tropas. Un tercer elemento presente en este
contexto fue la falta de apoyo popular a los esfuerzos de guerra de
España en Puerto Rico y la actitud de colaboración con las fuerzas
invasoras desplegadas por los sectores anexionistas en el país.
Finalmente, podemos indicar la falta de resonancia en el liderato
político del país a las advertencias hechas por Betances desde su
exilio, llamando al pueblo a levantarse en armas, no para recibir
sumisos a las tropas invasoras, sino para dentro de dicho contexto
proclamar el derecho de nuestro pueblo a su soberanía e independencia.
En el ir y venir de aquellos días quedaría sellada la toma brutal de
Puerto Rico a los nuevos señores imperiales.”
Las bajas en el curso de las operaciones
militares en Puerto Rico fueron, para los españoles, 429. De éstos 17
fueron muertos, 88 heridos y 324 prisioneros; para los Estados Unidos
las bajas fueron 43, a saber, 3 muertos y 40 heridos.[5]
Las operaciones militares en Coamo y Asomante
La jefatura máxima de
la columna a cuyo cargo estuvieron las operaciones militares en Coamo y
Asomante estuvo bajo el mando del Mayor General James H. Wilson,
Comandante de la Primera División del Primer Cuerpo del Ejército. Salió
desde Charleston, Carolina del Sur el 20 de julio de 1898. Las fuerzas a
su mando eran, sin incluir oficiales, 3,571 soldados.
Luego de desembarcar en Ponce y
habiéndose replegado las fuerzas españolas en dirección hacia Aibonito,
donde dejaron como puesto de avanzada en Coamo a dos compañías, algunos
Guardias Civiles y guerrilleros al mando del Comandante Rafael Martínez
Illescas, se dispuso la movilización de las fuerzas invasoras el 7 de
agosto en dirección a dicho pueblo. Las operaciones militares en Coamo
estuvieron a cargo del General O. H. Ernst.
Las operaciones militares contra el
pueblo de Coamo comenzaron en la mañana del día 9 de agosto con fuego de
artillería a partir de las 6:00 a.m. Los movimientos de tropas desde
diferentes posiciones y el intercambio de disparos y las acciones de
hostigamiento, mantuvieron las operaciones de combate hasta entrada la
tarde. En el proceso las tropas estadounidenses hicieron varios
prisioneros españoles que se rendían. Las tropas españolas destacadas
en Coamo eran 248 hombres, entre ellos músicos de la banda militar y 42
caballos. No disponían, a diferencia de las fuerzas invasoras, de
cañones.
Se indica por Rivero[6]
que dado que el Comandante Martínez Illescas entendía que sus órdenes
para la defensa de Coamo eran tan solo temporales, no estableció las
defensas necesarias para resistir un asedio por tiempo prolongado.
Posiblemente Martínez Illescas tampoco esperaba un ataque tan inmediato
por parte de las tropas estadounidenses. Ante un avance por sorpresa de
parte de las fuerzas invasoras temprano en la mañana, optó por
organizar sus tropas para partir en retirada hacia Aibonito. Al
organizar la marcha, dispuso para que en la retaguardia permanecieran,
junto a algunos efectivos, los capitanes Frutos López y Raimundo Hita
protegiendo a la columna.
Durante las operaciones militares contra
las tropas españolas también participó una guerrilla compuesta por
puertorriqueños, al mando de Pedro María Descartes, quien en combate
causó la muerte de un Guardia Civil español.[7]
Mientras el resto de la columna española
avanzaba hacia Aibonito, comenzó el combate, el cual duró por espacio
de varias horas. En medio del intercambio de disparos, a eso de las
9:00 a.m., mientras el Comandante Martínez Illescas arengaba a sus
tropas en medio del combate para sostener la defensa de la posición que
ocupaban, recibió un disparo mortal. El Capitán López, quien era el
segundo al mando, al intentar socorrerlo, también fue alcanzado por otro
disparo mortal. Se indica, sin embargo, que el Capitán Hita, ante la
situación, optó por rendirse junto a algunos de sus soldados mientras
otros efectivos regulares de menor rango, se negaron a rendirse y
procedieron a bordear a las fuerzas invasoras, llegando finalmente a
entrar en contacto con fuerzas españolas que venían en auxilio de los
defensores de Coamo, desde donde se dirigieron a Asomante.
En Coamo la retaguardia española peleó
mientras estuvo al frente de sus tropas una oficialidad que les imprimió
el ejemplo. Pelearon como soldados, sin embargo, en defensa de la
Corona española, no en defensa de la nación puertorriqueña, mucho menos
en defensa de su libertad o independencia.
En Asomante, las tropas españolas, mal
apertrechadas como estaban, se organizaron para enfrentar el avance de
las tropas estadounidenses. Desde una posición favorable a la defensa,
dada su elevación topográfica y localización respecto a las vías de
comunicación existentes, se dispuso la organización de la defensa con
una fuerza compuesta por 1,280 soldados, 70 caballos y dos cañones con
40 municiones de artillería cada uno. La descripción que nos ofrece
Rivero, Op. Cit. sobre el estado de la tropa española es el siguiente:
“Las municiones para la infantería eran
escasas; no hubo asomo de tiendas de campaña ni barracones para cubrirse
de las frecuentes lluvias; no había ambulancias, médicos, cocinas, ni
servicio sanitario de clase alguna; el agua se conservaba en barricas,
al sol, y el pan o galletas, enviados desde San Juan, eran duros y
agrios por la mala calidad de las harinas. Todos los defensores, por más
de quince días, vivaquearon en las trincheras, a la intemperie, sin
abrigos, sin traveses, sin alambradas ni otras defensas que no fueran el
fuego o las bayonetas de sus fusiles. Los ranchos, servidos con poca
regularidad, eran deficientes; casi siempre de arroz, alubias y bacalao;
carne pocas veces y nunca muy abundante.”
A pesar de esto, la oficialidad española
dispuso la organización de la línea de defensa. En el proceso de
planificación de su ofensiva, las fuerzas estadounidenses diseñaron un
movimiento táctico envolvente: primero, con el desplazamiento de una
parte de sus tropas hacia Barranquitas, para desde allí caer sobre el
pueblo de Aibonito y luego sobre las defensas de Asomante. En segundo
lugar, a la par que esto ocurría, la columna del General Brooke, que
había desembarcado por Arroyo y ya se había desplazado hacia Guayama, se
preparaba para el combate en las alturas de Guamaní y Jájome, a donde
se habían replegado también las fuerzas españolas para al igual que en
Asomante, presentar combate a las fuerzas invasoras. Tomada dicha
posición por las tropas estadounidenses, entonces, la columna podría
desplazarse hacia Cayey para desde allí, en dirección Norte a Sur
aproximarse hasta el pueblo de Aibonito y Asomante.
Las operaciones militares sobre las
defensas de Asomante comienzan los días 10 y 11 de agosto, dedicadas
principalmente a operaciones de reconocimiento y planificación. El día
12 de agosto se ordena el desplazamiento de fuerzas de artillería y
tropas de infantería contra posiciones españolas. En el duelo de
artillería entablado, a pesar de la superioridad numérica en piezas de
artillería de las fuerzas invasoras, la posición topográfica favorable
de las fuerzas españolas y la calidad de alcance de sus limitados
cañones, dieron la victoria en el duelo de artillería a éstos últimos.
Concluidas las operaciones militares de ese día, sin que se llegara a
dar un avance masivo de las tropas estadounidenses sobre las posiciones
españolas, llegó la noticia del Armisticio.
En la defensa de Asomante se destacaron
por su valor y capacidad como soldados el Capitán de Artillería Ricardo
Hernaíz, al igual que el Capitán de Infantería Pedro Lara. Una vez más,
aunque cargado de valor su desempeño militar, el mismo de dio dentro del
cumplimiento de su deber como soldados al servicio de España.
Otras acciones militares desde una perspectiva nacional
Mientras esto ocurría en las alturas de
Asomante en Aibonito, en Ciales, 400 puertorriqueños en su mayoría
campesinos, ese mismo día 13 de agosto, levantando la bandera de la
independencia, se lanzaron a la lucha contra las autoridades españolas.
Luego de los insurgentes enfrentarse militarmente a las unidades del
Instituto de Voluntarios y las fuerzas de la Guardia Civil leales a
España, finalmente, luego de agotar sus municiones, se retiraron a la
zona montañosa dejando en el pueblo un saldo de 11 muertos y cerca de
una veintena de heridos. Se trata este de un acontecimiento inspirado en
la misma óptica que Betances hiciera en su llamado en una carta sin
fecha al Dr. Julio Henna, cuando le indica:
“¿Qué hacen los puertorriqueños? ¿Cómo
no aprovechan la oportunidad del bloqueo para levantarse en masa? Urge
que al llegar las vanguardias del Ejército americano sean recibidas por
fuerzas puertorriqueñas, enarbolando la bandera de la independencia, y
que sean éstas quienes les den la bienvenida.
Cooperen los norteamericanos, en buena
hora, a nuestra libertad; pero no ayude el país a la anexión. Si Puerto
Rico no actúa rápidamente, será para toda la vida una colonia norteamericana.”[8]
Un año antes, el 24 de marzo de 1897, en
Yauco, bajo el mando de Fidel Vélez, una fuerza de 70 hombres armados
de machetes y unas pocas armas de fuego, levantando la bandera adoptada
por la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano se enfrentó
a unidades de soldados regulares de infantería españoles, a la Guardia
Civil y al Instituto de Voluntarios. La acción militar contaba, además,
con el apoyo de otros pueblos como Sábana Grande y Guánica, el cual no
llegó a producirse. En la región Suroeste de Puerto Rico hacía tiempo
venía desarrollándose un movimiento conspirativo, esencialmente anti
español, del cual participaban múltiples personas cuyo objetivo era
proclamar la independencia de Puerto Rico respecto al Reino Español.
En esos momentos, mientras llegaban las
noticias del fracaso del intento de Yauco, en el seno de la Sección
Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano, se discutía la
posibilidad de organizar una expedición armada hacia Puerto Rico desde
Cuba donde se abriera un segundo frente de guerra contra España en las
Antillas. Con tal propósito se elaboró el Plan Lecret.
El General del Ejército Libertador de
Cuba, José Lecret Morlot, había elaborado un plan de invasión a Puerto
Rico para lo cual solicitaba la autorización del Gobierno Revolucionario
Cubano. Los también generales cubanos José Miró y Enrique Collazo
apoyaban esta iniciativa. Sin embargo, tanto el Delegado del Partido
Revolucionario Cubano Tomás Estrada Palma, como el General Calixto
García, se oponían al mismo. Luego de infructuosos esfuerzos, mediante
carta de 8 de septiembre de 1897, el General Lecret Morlot optó por
abandonar su propuesta.
Otro plan de traer a Puerto Rico una expedición militar desde Cuba, surgió a finales de 1897, en lo que se conoció como Plan Morales.
Al igual que el anterior plan, no recibió el apoyo de Estrada Palma,
por lo que el 6 de enero de 1898 el Directorio de la Sección Puerto Rico
decidió abandonar la propuesta.
La colaboración del Dr. Julio Henna con la invasión
El 15 de febrero de 1898 estalló en Cuba el buque militar USS Maine,
lo que despejó toda duda sobre los futuros acontecimientos. Indica
Delgado Pasapera que el 10 de marzo el Dr. Julio Henna, quien en
ese momento presidía la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario
Cubano, viajó a Washington y con la ayuda de los cubanos Gonzalo de
Quesada y Ricardo Díaz Albertini, se entrevistó con el Senador y miembro
del Comité de Relaciones Exteriores del senado Henry Cabot Lodge. Allí
el Senador convenció a Henna que si le ofrecía información sobre Puerto
Rico se ocuparía de Puerto Rico, a lo que Henna accedió entregándole
información recopilada en los planes de Lecret y Morales, así como un
mapa donde aparecían señalados “los caminos y las guarniciones españolas
con el número de tropas destacadas en cada punto.” Allí Henna solicitó
en nombramiento de Comisionado Civil sin sueldo para acompañar las
tropas invasoras a Puerto Rico y ser “su intermediario ante los
puertorriqueños.” Más adelante Henna solicitaría de las autoridades
estadounidenses el uso de los puertorriqueños en Nueva York en la
invasión.
Las acciones del Dr. Henna fueron
repudiados por el Dr. Betances. En una carta que le escribiera al
primero el 16 de abril de 1898, Betances le indicaba que “ninguno de
nosotros tiene el derecho, como jefes africanos, de coger el país y
entregárselo a un poder extranjero. Esa decisión no le pertenece sino a
todo el pueblo portorriqueño. Yo doy mi nombre para la revolución; no
para la conquista de mi tierra...”[9]
Ante este cuadro, Betances le escribe a
Eugenio María de Hostos el 7 de junio de 1898, quien entonces se
encuentra aún en Chile, alertándole de los planes de Henna y exigiéndole
que sobre él “haga presión todo lo posible” para obtener para Puerto
Rico “las mismas concesiones, siquiera, que se hacen para Cuba.”[10]
Cuando Hostos llega a Estados Unidos, ya
la suerte estaba echada. El 12 de julio de 1898 la Sección Puerto Rico
había aprobado una resolución en la cual se apoyaba la participación de
un grupo de puertorriqueños como parte de las fuerzas invasoras. Entre
los días 18 y 19 de julio, la prensa estadounidense informó que desde
Santiago de Cuba había partido hacia Puerto Rico una fuerza
expedicionaria compuesta por más de 3,000 hombres bajo el mando del
General Nelson Miles con el propósito de consumar la invasión de Puerto
Rico. En su Diario[11] Hostos consignará lo siguiente:
“Día muy triste para mi. Desde
[t]emprano me telefoneó Henna para decirme que estaba saliendo la
primera expedición armada que el Gobierno americano envía a Puerto Rico.
Como parte de esta expedición va según el rumor público, a apoderarse
de la Isla para anexionársela; y como confirma en parte este rumor el
hecho de no haber atendido el Gobierno americano el ofrecimiento de la
Delegación puertorriqueña para acompañar en comisión civil al ejército
de invasión, es casi seguro que Puerto Rico será considerada una presa
de guerra. La independencia, a la cual he sacrificado cuanto es posible
sacrificar se va desvaneciendo como un celaje: mi dolor ha sido vivo.”
El 2 de agosto, en pleno desarrollo de
la campaña militar en Puerto Rico, en Asamblea celebrada en Chimmey Hall
en la ciudad de Nueva York, la Sección Puerto Rico acuerda su
disolución. En ese mismo proceso, Hostos propone la creación, junto al
Dr. Henna y a Manuel Zeno Gandía, de la Liga de Patriotas
Puertorriqueños.[12] La misma quedaría constituida formalmente el 10 de septiembre de 1898. En su Manifiesto A los puertorriqueños, Op. Cit. , indica Hostos:
“La Liga de Patriotas, en cuyo
nombre os hablo, se ha constituido con dos fines; uno, inmediato, que es
poner a nuestra madre Isla en condiciones de derecho; otro, mediato,
que es el poner en actividad los medios que se necesitan para educar a
un pueblo en la práctica de sus libertades que han de servir a su vida,
privada y pública, industrial y colectiva, económica y política, moral y
material.”
A estas alturas, ya el Protocolo de
Armisticio con el que concluyeron las operaciones militares de la Guerra
en Puerto Rico se había firmado, se estaba desarrollando el proceso de
repatriación de las tropas españolas en Puerto Rico y se comenzaba a
consolidar la ocupación estadounidense del país. En el proceso, muchos
de aquellos que defendieron inicialmente los pabellones españoles en
Puerto Rico, ahora comenzarían el proceso de transferencia de lealtades
hacia el nuevo pabellón imperial de Estados Unidos.
La suerte en el desarrollo de la guerra,
desde antes del comienzo de las hostilidades militares, estaba echada:
puertorriqueños dispuestos a participar de una invasión sobre su propio
país para liberarlo de España y entregarlo a Estados Unidos;
puertorriqueños defendiendo militarmente al país frente a una invasión,
pero no para reivindicar la independencia, sino para mantener y
perpetuar la relación autonómica entonces existente con España;
puertorriqueños que enfrentarían con las armas a puertorriqueños que
reclamaban con la armas el fin de la dominación española y la
proclamación de la independencia; y puertorriqueños que estarían
dispuestos a empuñar las armas contra España y contra Estados Unidos en
la búsqueda de su independencia. Es dentro de estas opciones que
debemos juzgar los sucesos de Coamo y Asomante que hoy recordamos. Al
hacerlo, debemos evocar no solo el valor de sus actores, sino las ideas
por las que lucharon y murieron.
Conclusiones
Coincidimos con el compañero Edgardo Pratts en las conclusiones que formula en su libro Aibonito en 1898, En la última trinchera: la Batalla de Asomante[13] en cuanto a lo siguiente:
(a) En Aibonito en 1898 se esfumó la lealtad a España;
(b) La Batalla de Asomante es un “episodio honroso y significativo en nuestra historia”;
(c) La condición “estratégica” que en
ese momento representaba el altiplano de Aibonito para una línea de
defensa en el avance de las tropas estadounidenses;
(d) La capacidad de las tropas
españolas, aún a pesar de las condiciones en las que se les requirió
pelear, para enfrentar el avance de las tropas estadounidenses;
(e) El valor demostrado por algunos oficiales en las fuerza españolas en el combate;
(f) La necesidad de una revisión con
respecto a la historia oficial que ha pretendido disminuir la
importancia del breve período de enfrentamientos militares entre España y
Estados Unidos en Puerto Rico en el contexto de la Guerra de 1898;
(g) Abordar otros sucesos igualmente
importantes en el contexto de la Invasión, como respuesta de los
puertorriqueños ante el drama de una guerra de anexión.
Sin embargo, la valoración histórica que
sobre tales sucesos hagamos, así como del conjunto de hechos que
bordean los sucesos de 1898 no deben llevarnos, bajo otras
circunstancias, a extrapolar su significado imprimiéndoles
características épicas o mitológicas que ciertamente no estuvieron
presentes.
El valor y gallardía desplegados en
combate por oficiales españoles o por puertorriqueños que formaron parte
de las fuerzas españolas debemos examinarlos dentro del marco del
comportamiento militar esperado de un soldado al servicio de un mando
militar. Las acciones militares desarrolladas por el Comandante Martínez
Illescas, por el Capitán puertorriqueño Frutos López, el Capitán de
Artillería Hernaíz o el Capitán de Infantería Lara, se desarrollaron, si
bien frente al avance de una fuerza invasora, desde la perspectiva de
la defensa de los intereses del Reino Español en Puerto Rico. La defensa
que llevaron a cabo en Coamo o en Asomante, se dieron desde la misma
perspectiva política e histórica que se dio la represión contra los
insurgentes del 1897 en Yauco, o los acontecimientos desatados en el
mismo día en que se suspenden las operaciones militares en Asomante
frente a los insurrectos en Ciales.
Más que el valor militar de aquellos
oficiales españoles, que cumplieron con su deber, merece elogio y
reconocimiento histórico aquellos soldados de fila, que sin tener nada a
cambio que proteger que no fueran sus míseras vidas como soldados
conscriptos para la guerra, mantuvieron sus puestos de combate ante el
avance de un enemigo superior numéricamente y mejor pertrechado, hasta
el final de la jornada.
En esta valoración histórica, también es
necesario destacar a aquellos que, actuando como Betances lo hubiera
querido, enarbolaron la bandera de la independencia y estuvieron
dispuestos a recibir a las tropas americanas con las mismas armas en
mano con que habían sabido enfrentar a las tropas españolas; a
diferencia, de aquellos otros, que desde el interior del país como desde
el exilio, entregaron a un nuevo amo imperial el destino de su propia
patria.
La conmemoración de la batalla de Coamo y
Asomante, a la distancia de más de un siglo, sin embargo, propicia hoy
un punto de encuentro adicional en nuestra reflexión colectiva como
pueblo, como nacionalidad. Ese punto de encuentro es nuestra mirada
hacia el futuro. El profesor Juan Manuel García Passalaqua,[14]
publicó el pasado 8 de agosto de 2006 un interesante escrito en el
cual, conforme a su título, planteaba una convocatoria: ¡recordar una
batalla ganada!
En los procesos de lucha de los pueblos,
la pérdida de la memoria colectiva es quizás una de sus mayores
limitaciones. En los pueblos coloniales, la historia como proceso
social, económico y político, es la historia de los conquistadores. Ese
es el mecanismo por excelencia para la dominación ideológica del
colonizado. Una historia sin referentes propios, sin lucha, sin
victorias, sin triunfos, todo ello facilita la dominación. Es por eso
que en la formación de la conciencia e identidad nacional de un pueblo,
cada rescate de esa historia propia que le arrebatemos al enemigo, al
contrario, al adversario, para colocarla como referente para el
desarrollo futuro de nuestros procesos emancipadores, se convierte en
objetivo necesario.
¿Que seríamos hoy todos, si los
esfuerzos que condujeron a la victoria en la lucha por sacar la Marina
de Guerra de Estados Unidos de Vieques de momento se esfumaran? ¿Qué
sería de nuestra memoria colectiva si no viéramos en la defensa de
nuestro idioma, de nuestra cultura, de nuestra identidad nacional frente
a un proceso dirigido de asimilación por parte de Estados Unidos, en
las múltiples manifestaciones de resistencia a la anexión de nuestro
país a otro no solo distinto, sino culturalmente diferenciado, sino una
de las más importantes batallas ganadas en la lucha por la sobrevivencia
de nuestra nacionalidad? ¿Qué seríamos hoy todos nosotros si en nuestra
memoria colectiva no estuvieran presentes figuras de la talla de
Betances, Hostos, Albizu, Corretjer; nuestros prisioneros nacionalistas;
nuestros actuales prisioneros políticos; la memoria de Filiberto Ojeda
Ríos o las aportaciones históricas hechas por Ricardo Alegría dirigidas
a la preservación de una memoria cultural colectiva como pueblo; y la
constancia del sacrificio y trabajo de cientos y miles de compañeros y
compañeras que día a día ganan batallas, pequeña y grandes, en el
forcejeo permanente por la conquista de nuestros derechos soberanos.
Ciertamente como indicó Juan Manuel
García Passalaqua en el artículo citado, “[L]a historia se describe con
narraciones y con símbolos. Esta historia– de ésa nuestra historia–
merece conocerse por las futuras generaciones, y merece además tener un
símbolo vivo y eterno.”
Llegará el día en que esos símbolos
patrios, en el tortuoso camino de nuestra historia de liberación, llenen
cada rincón del país. Ese día nuestro reencuentro con la verdadera
historia de nuestra nación asumirá un rostro diferente, el rostro de un
país libre y orgulloso de sus luchas, forjado y templado en su
resistencia, dispuesto a forjar un nuevo y maravilloso futuro.
[1]Negroni, Héctor Andrés, Historia Militar de Puerto Rico, Colección Encuentros, Serie Textos, Sociedad Estatal Quinto Centenario, 1993.
[2] Pasapera Delgado, Germán, Orígenes del independentismo puertorriqueño, Revista de Historia, Año 1, Núm. 1, enero-junio, 1985. También véase de su autoría el libro Puerto Rico: sus luchas emancipadoras (1860-1898), Editorial Cultural (1984), pág. 25.
[3] Rivero, Ángel, Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico, Editorial Edil, ed. 1972.
[4] Torres Rivera, Alejandro, Militarismo y Descolonización; Puerto Rico ante el Siglo 21, Ediciones Comité de Estudios CNH, 1998.
[5] Negroni, Op. Cit.
[6] Rivero, Op. Cit.
[7]
La presencia de puertorriqueños participando en operaciones militares
en contra de las tropas españolas también estuvo presente en otras
operaciones militares. De acuerdo con Delgado Pasapera, por ejemplo, en
su libro Puerto Rico: sus luchas emancipadoras (1850-1898)
“...La presencia junto a las tropas invasoras de personas reconocidas
hasta ese momento como dirigentes independentistas, fue un elemento
desintegrador y colaboró a aumentar la confusión reinante. En condición
de miembro de la Puerto Rico Comission venía junto a otros, acompañando al ejército invasor, Antonio Mattei Lluveras y al mando de un cuerpo irregular nombrado Puerto Rico Guards,
marchaba con el rango de Coronel honorario del ejército norteamericano
el anexionista Mateo Fajardo. Una avanzadilla de puertorriqueños, que
bajo el mando de Eduardo Lugo Viña tomó Sábana Grande y San Germán,
siendo desalojada de éste último por las fuerzas españolas, no lo hizo
levantando la bandera de la independencia, sino como avanzada de las
fuerzas norteamericanas y tomando el nombre de Puerto Rican Scouts.”
Carta de Ramón Emeterio Betances al Dr. Julio Henna, Presidente de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano. Ramón Emeterio Betances, Colección Pensamiento de Nuestra América, Casa de las Américas, Cuba.
Ramón Emeterio Betances, Op. Cit.
Ramón Emeterio Betances, Op. Cit.
De Hostos, Eugenio María, Diario II, Obras Completas.
De Hostos, Eugenio María, Madre Isla, Obras Completas.
Pratts, Edgardo, Aibonito en 1898, En la última trinchera: la Batalla de Asomante, Editorial Asomante, Segunda Edición, 1898. Estas conclusiones también figuran en su reciente publicación De Coamo a la Trinchera de Asomante, Fundación Educativa Idelfonso Pratts, Aibonito, 2006.
García Passalaqua, Juan Manuel, Recordemos la batalla que ¡ganamos!, El Nuevo Día, 8 de agosto de 2006.
12 de agosto de 2006 (revisado 17 de julio de 2012)
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